El avance de liderazgos populistas, como el de Donald Trump en Estados Unidos, pone en evidencia un fenómeno preocupante, la creciente degradación de la democracia. Si en el país que se enorgullece de ser la democracia más antigua y estable del mundo ha florecido un liderazgo que basa su éxito en discursos fáciles y divisivos, el riesgo de una erosión democrática a nivel internacional se vuelve inminente. En Chile, este proceso ya está en marcha, particularmente en el ámbito legislativo, donde los discursos populistas han ido ganando terreno en detrimento del debate serio y la institucionalidad.

En Estados Unidos, Trump no solo rompió con las normas democráticas, cabe recordar que en 2021, no reconoció su derrota y llamó a sus adherentes a asaltar el Capitolio, un hecho nunca antes visto en la democracia estadounidense, además de eso, transformó la política en un espectáculo donde las promesas simplistas y los ataques constantes a las instituciones se convirtieron en moneda corriente. Esto ha demostrado que incluso democracias consolidadas no son inmunes a la retórica populista, que se nutre del descontento ciudadano. Si esto ha sucedido allí, en Chile, donde la desconfianza en la política es profunda, el terreno es fértil para que surjan liderazgos similares.

Un reflejo claro de este fenómeno en Chile es la dinámica de la Cámara de Diputados, donde hemos visto cómo discursos fáciles y poco responsables ganan protagonismo, debilitando el rol fiscalizador y legislativo del Congreso. Los líderes populistas han transformado el espacio legislativo en una tribuna para mensajes efectistas, que priorizan la popularidad momentánea por sobre el debate serio y las soluciones a largo plazo. Declaraciones incendiarias, propuestas inviables y una creciente tendencia a legislar para las redes sociales, en lugar de responder a las necesidades reales de la ciudadanía, son claros síntomas de esta degradación.

Un ejemplo relativamente reciente ha sido el debate sobre los retiros de fondos previsionales, donde las propuestas de retiro se presentaron como una política «salvadora» ante la crisis económica, sin una reflexión seria sobre las consecuencias a largo plazo para el sistema de pensiones. Esta clase de medidas, impulsadas por discursos populistas, responden más a la búsqueda de popularidad instantánea que a una verdadera política pública que proteja el bienestar futuro de los chilenos. En lugar de fortalecer el debate democrático, estas iniciativas polarizan y empobrecen el espacio legislativo.

Además, la constante erosión de la confianza en las instituciones —reforzada por algunos legisladores que cuestionan la independencia del Poder Judicial o siembran desconfianza en el sistema electoral—, es otra señal de que el populismo está ganando terreno en Chile. Al igual que en Estados Unidos, donde Trump cuestionó la legitimidad de las elecciones sin pruebas, en Chile también hemos visto a líderes políticos adoptar estrategias similares, alimentando un clima de incertidumbre y polarización.

En este contexto, la democracia chilena corre el riesgo de seguir los pasos de otras democracias que han sucumbido ante el populismo. La tendencia de priorizar discursos fáciles sobre políticas complejas y responsables abre la puerta a liderazgos que prometen soluciones rápidas, pero que en realidad debilitan las instituciones, polarizan a la ciudadanía y siembran la desconfianza en el sistema democrático.

Chile no es inmune a esta degradación. Si no se enfrenta el avance del populismo y la política superficial, corremos el riesgo de ver un deterioro similar al que ha vivido Estados Unidos con Trump. La política chilena necesita recuperar el debate serio, basado en hechos y en la búsqueda de consensos, si se quiere evitar una erosión más profunda de la democracia en el país.

Autor

Periodista. Presidente del PPD Providencia.

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