La victoria de Jeannette Jara en las primarias presidenciales del progresismo chileno ha revelado el inicio de un nuevo ciclo político, que se caracteriza, a mi juicio, porque queda atrás la narrativa de una polarización extrema.
Jara, con su enfoque en lo social, ha sabido conectar con un electorado que busca coherencia y autenticidad, más allá de las tradicionales etiquetas ideológicas.
Apoyada por un particular carisma su candidatura representa a los ojos de los análisis tradicionales una radicalización, pero para la gran masa del electorado es sólo la reivindicación del rol del Estado como garante de derechos básicos. Trabajo digno, pensiones, salud pública y protección social se han vuelto temas centrales en su discurso, es una recuperación de las bases históricas de la izquierda, per sin caer en el maximalismo.
En contraste, la derrota de Carolina Tohá reflejó no solo un voto de castigo a su figura como ministra del Interior, sino también al eje de seguridad ciudadana que el gobierno intentó, responsablemente y como correspondía, posicionar como tema central de su gestión. Al asumir esa agenda y no lograr respuestas contundentes, terminó pagando el costo político y dejando, a mi juicio, ese debate en una posición secundaria centro del escenario presidencial.
El nuevo panorama se distancia cada vez más de la idea de que la elección será entre extremos ideológicos. La ciudadanía parece haber perdido interés en esa dicotomía, enfocándose más en la consistencia del proyecto político y la confianza en las personas que lo encarnan.
Una primera lectura de los resultados de las primarias podría haber sugerido una radicalización del escenario político, con la desaparición de las candidaturas de centroizquierda y el avance de los “extremos”. Sin embargo, esa interpretación ignora una clave del nuevo ciclo electoral: lo que está desapareciendo no es la moderación, sino la política sin narrativa, sin frescura, sin propósito claro.
Si el péndulo realmente se hubiera movido hacia los polos ideológicos, la candidatura de Evelyn Matthei, la opción de derecha más cercana al centro, debería haberse fortalecido. Pero lo contrario ha ocurrido: su figura, como la de Carolina Tohá, aparece más como una expresión del pasado que como una promesa de futuro.
Por contraste, tanto Jeannette Jara como José Antonio Kast canalizan discursos claros y con identidades nítidas. Lo que los vuelve competitivos no es su posición en el espectro político, sino su capacidad de representar algo reconocible, directo, sin ambigüedad.
La ciudadanía no está votando por ideologías extremas, sino por coherencia y sentido de dirección. A la gran masa, en este momento, poco le importa si un candidato es comunista o republicano: lo que busca es saber a qué se compromete y si puede confiar en que cumplirá.
En este contexto, la figura de José Antonio Kast tiene atributos que le juegan en contra. Su tercera candidatura consecutiva y la reiteración de un discurso conservador ya no se perciben como novedad. Su propuesta, que en 2021 movilizó a un electorado deseoso de orden, hoy parece más anclada en el pasado. Esa falta de frescura puede debilitar su capacidad de convocar transversalmente y beneficiar a su eventual adversaria, especialmente si ella logra representar una propuesta de futuro, con identidad pero sin rigidez. Cuestión aparte es su debilidad frente al electorado femenino, donde tiene un nivel de rechazo que no ha podido superar.
Así, lo que está en juego en 2025 no es una revancha entre extremos, sino la posibilidad de iniciar una política post-polarización, donde los relatos vacíos pierden fuerza frente a liderazgos claros, coherentes y capaces de interpretar el momento social. Si Jeannette Jara logra mantener su autenticidad y construir un relato convocante, puede no solo disputar seriamente la presidencia, sino también redefinir el relato político de la izquierda chilena.