Todo parece indicar que la elección presidencial que se avecina en Chile se definirá en dos vueltas. Pero para la derecha, la primera de ellas será más que un simple filtro: será una primaria abierta, forzada y potencialmente desgastante. Con al menos cuatro nombres ya en carrera —Evelyn Matthei, José Antonio Kast, Johannes Kaiser y Franco Parisi— la competencia interna no solo dispersa fuerzas, sino que amenaza con dejar heridas difíciles de cicatrizar en el breve lapso que separa ambas votaciones.
No es la primera vez que la derecha enfrenta este dilema, pero esta vez el escenario es aún más tenso. Kast, más que un aspirante presidencial, parece empeñado en imponer su hegemonía dentro del sector. Su objetivo no es solo llegar a La Moneda, sino también reducir a su mínima expresión a sus competidores internos y construir una bancada parlamentaria propia, fuerte y disciplinada. En otras palabras, más que unidad, lo que busca es sometimiento.
La historia reciente muestra que Kast ha insistido en sus propios términos, incluso cuando los líderes de Chile Vamos claman por un acuerdo que permita llegar con un candidato único. La estrategia ha sido exitosa en parte: su figura ha ganado notoriedad y base electoral. Pero también tiene un techo, y ese techo parece bajar cada vez que abre la boca. El silencioso Kast de las primeras encuestas crece; el Kast confrontado en foros y debates, no. Sus recientes caídas en los sondeos coinciden con su mayor exposición, justo cuando Evelyn Matthei comienza a repuntar. Es una ironía reveladora: a más visibilidad, menos crecimiento.
En contraste, el oficialismo ha sabido leer mejor el momento. Sin ruidos ni sobresaltos, su candidata ha logrado aunar a la centroizquierda tras de sí. La fórmula no es nueva, pero sigue siendo efectiva: equipos amplios, convocantes y una figura que proyecta autenticidad y cercanía. Si la novedad ya no es suficiente, lo que queda es la coherencia y la capacidad de representar a un sector más allá de su origen partidario. Es allí donde Janet Jara —porque de ella hablamos— puede cruzar las fronteras del Partido Comunista y hablarle a un electorado más amplio.
Así las cosas, la derecha corre el riesgo de llegar a la segunda vuelta con un candidato debilitado por la guerra interna, mientras la izquierda se perfila con una figura más cohesionada, que ha hecho del pluralismo su estrategia y de la sobriedad su estilo.
Las elecciones no se ganan solo con votos: también se ganan con relato, con equipo, con visión. En ese terreno, la dispersión y la desconfianza al interior de la derecha podrían ser su peor enemigo.